No necesitamos tantas razones para hacer o decir lo que tenemos ganas.

lunes, 7 de septiembre de 2009

Las bolas.

Dicen que la natación es el deporte más completo, a mi nunca me importó demasiado, no era por eso que la practicaba. Empecé -y terminé- a ir a clases antes de siquiera tener memoria. Nadaba bien, dicen.
En las vacaciones de la primaria mis padres me mandaban con sus ascendientes a Solis, un tranquilo balneario en Maldonado donde ellos tienen una casa.
Mi abuelo, desde muy pequeño, me llevaba a nadar donde todos los niños con mucho respeto llamábamos "lo hondo". Y aunque ni hoy lo admitan, era silenciosamente admirado por eso. Es el único deporte en el que alguna vez fui relativamente bueno -sí, jugué al fútbol, pero sinceramente nunca fui muy diestro, basta con decir que hace apenas unos años descubrí que jugaba tan bien con la derecha como con la izquierda-.
Abandoné esa afición poco antes de terminar mi niñez para retomarla sobre el final de mi adolescencia. Volví a practicar dicho deporte a los 17 años. Con dos primos (Edu y Fede) y mi hermano nos anotamos para hacer pesas y natación. Era una experiencia totalmente nueva para mi, por más que había ido a un club siendo niño no tengo recuerdo alguno.
El primer día, luego de hacer pesas, fuimos todos juntos al vestuario para ponernos el traje de baño y entrar a la piscina. Por más que nos conocíamos de toda la vida no era un momento muy cómodo para ninguno de nosotros. Buscamos casilleros más o menos separados, pero no tanto como para que se note nuestra incomodidad. Guardé todo y me quedé solo con la toalla y el short que tenía que usar. Sin pensarlo demasiado e interpretando a una persona segura y despreocupada me bajé los pantalones junto con los calzones lo más rápido que el personaje me lo permitía y me puse igual de rápido el short.
Luego de pasar ese delicado momento y hacer bromas al respecto comenzamos a analizar el ambiente y los personajes que convivían con nosotros en esa atmósfera. La mayoría eran jóvenes, posibles compañeros de natación, que se sentían bastante cómodos con su desnudez, acostumbrados al ambiente.
De repente escuché una risa muy fuerte que se ahogó antes de transcurrir un segundo, seguida de risas estomacales difícilmente contenidas. Federico y Marcelo habían descubierto a quien iba a ser el personaje de ese vestuario en toda la temporada.
Un hombre de alrededor de unos setenta años de edad, totalmente desnudo, tan cómodo con su desnudez que hacía ver al resto como monjas. Se mostraba tan impasible que incomodaba, era mucho más que comodidad para él. Se notaba que al estar rodeado de hombres jóvenes desnudos ese viejito estaba en su salsa, como el león mayor en su manada.
No importaba el horario, el estado del clima, si era día laborable o feriado, el viejito siempre estaba desnudo en el vestuario o las duchas.
Era tan flaco que se le notaban las costillas y le sobraba piel como para hacer un abrigo. Ya no tenía pelo en la cabeza, pero le sobraba en el resto del cuerpo, excepto en sus genitales, que creo que se los afeitaba. Tenía los huevos más grandes que vi en mi vida, eran dos pelotas de tenis que le colgaban como si fuera toro, parecía que tenía cuatro rodillas, rodillas grandes y arrugadas.
Los primeros días Inspiraba un poco de miedo, daba la impresión de ser un enfermo sexual. Pero luego te ibas acostumbrando. Nunca hablaba con nadie, solo estaba ahí, como un adorno más de un escenario ya suficientemente morboso.
Hasta el día de hoy tengo la intriga de qué hacía ese viejo ¿sería un enfermo sexual? ¿un homosexual reprimido?¿un nudista retirado? 0 quizás era un pobre viejo al que le habían crecido mucho las bolas y ya no podía usar pantalones, lo que lo condenaba a una vida dentro de un vestíbulo para hombres, una tortura para él, pero necesaria. Probablemente con sus años de experiencia interpretaba esa persona segura y despreocupada mucho mejor que yo, mucho mejor que cualquiera de los jóvenes que estaban ahí, ocultando su sufrimiento detrás de una careta algo retorcida que había desarrollado para que nadie se le acercara. O quizás era un enfermo.