Cuando uno habla de alguien que vive de ideas las primeras profesiones que se vienen a la mente son un montón de ocupaciones artísticas que talentosos y torpes anhelan (escritores, músicos, pintores, escultores, directores de cine, etc.). Profesiones "riesgosas", por así llamarlas. Actividades que pueden llevar a alguien a la cima o anclarlo en lo profundo -siendo muy escasos los puntos medios-. No dependiendo solo de la capacidad de cada uno, más bien que en mayor porcentaje de la suerte.
Vivimos en una sociedad basada en los bienes capitales, esto multiplica enormemente ese riesgo: uno necesita dinero para poder sobrevivir y con la supervivencia, a cierta edad, no cualquiera juega. Es esta, entre otras razones, por lo que muchos, talentosos y torpes, no se lanzan por aquello que tanto anhelan, por miedo. Miedo de no triunfar y despertar de un sueño profundo a una realidad triste y apática.
Algunos cobardes, talentosos y torpes, en algún momento de la historia de la humanidad encontraron una forma de mediar entre este riesgo y la expresión artística, desarrollando ideas con un fin conveniente, creando piezas que tienen primordialmente una utilidad, pero encubriendo un temeroso destello de expresión (carpinteros, programadores, jardineros, herreros, publicistas, etc.).
Por lo tanto, siendo el arte la mayor forma de expresión, totalmente inútil en cualquier otro aspecto, y situando a estos oficios en ese término medio, lo más acertado - sería definirlos como mediocres.
Se necesita valor para despertar de un sueño profundo y afrontar una triste y apática realidad. Se necesita coraje para manifestar el miedo e intentar salir adelante. Se necesita esfuerzo para lograr sobresalir en el universo elegido por la mayoría. Se necesita arriesgarse para resaltar en el universo “seguro”.
Entender que hay ideas que no dejan nada a la historia, ideas que no hicieron famoso a nadie ni lo van a hacer, ideas que no son una forma de expresión personal, que no son ambiciosas, que en cierta forma son mediocres; es entender la importancia real de estas y el sacrificio que requieren.
No cualquiera puede crear ideas útiles, ideas con un fin específico, que embellezcan, entretengan, conmuevan y sobretodo vendan.
Los conozco talentosos y torpes, pero todos ellos se levantan a diario con la presión de crear sin descanso, sin tener las libertades ni tomarse el tiempo que los artistas requieren, sin tener la dicha de decir lo que sienten y a la vez tener que hablar continuamente.
Más que talentosos o torpes se los necesita voluntariosos. Preparados para realmente vivir de ideas.
No necesitamos tantas razones para hacer o decir lo que tenemos ganas.
martes, 27 de enero de 2009
viernes, 23 de enero de 2009
¿De donde sos?
La principal característica que manifiesta la nacionalidad de una persona es el lenguaje. Podrá tener ojos claros y ser rubia, o tez amarillenta y ojos aplastados, pero éstas solo nos dan un indicio, una pequeña pista. Sin embargo, el lenguaje es ampliamente más especifico si realmente sabemos leerlo.
Lo que pasa cuando ya no vivís en tu país de nacimiento por un largo período es que empezás a variar tu forma de hablar. Comenzás a perder tu identidad vocal, progresivamente te vas desprendiendo más de tu origen, como si una parte de ti se fuera borrando de a poco. Al principio es preocupante y suele generar cierta resistencia que a la larga es inútil, ya que el lenguaje tiene una sola función: comunicarse, para lo cual es más que fundamental que los demás te entiendan. Esta resistencia es probablemente fomentada por el hecho de no estar preparado para abandonar tu origen, es muy dificil dejar de ser parte de algo que -más allá de que te guste o no- fuiste toda tu vida.
Con el tiempo te das cuenta que no solo perdiste el habla, sino que de a poco también perdés costumbres y desconocés cosas que antes eran cotidianas; la tierra natal ya no se siente tan propia. Te das cuenta que la forma de hablar es solo una parte, una muy relevante, pero solo una. En ese momento comienza a disminuir su importancia.
Siempre que algo se resta otra se suma. En el caso del lenguaje hasta podría decir que se enriquece, se desacostumbra pero no se olvida. Uno reemplaza palabras con otras -correctas o incorrectas según la real academia española- que sirven para comunicarse.
Perder por completo mi lenguaje de origen no implicará reemplazarlo por el del lugar donde me encuentre, eso realmente no pasa, significará que siempre voy a ser extranjero sin importar donde esté, que a la larga ya no seré de ningún lado. Eso está bueno.
Lo que pasa cuando ya no vivís en tu país de nacimiento por un largo período es que empezás a variar tu forma de hablar. Comenzás a perder tu identidad vocal, progresivamente te vas desprendiendo más de tu origen, como si una parte de ti se fuera borrando de a poco. Al principio es preocupante y suele generar cierta resistencia que a la larga es inútil, ya que el lenguaje tiene una sola función: comunicarse, para lo cual es más que fundamental que los demás te entiendan. Esta resistencia es probablemente fomentada por el hecho de no estar preparado para abandonar tu origen, es muy dificil dejar de ser parte de algo que -más allá de que te guste o no- fuiste toda tu vida.
Con el tiempo te das cuenta que no solo perdiste el habla, sino que de a poco también perdés costumbres y desconocés cosas que antes eran cotidianas; la tierra natal ya no se siente tan propia. Te das cuenta que la forma de hablar es solo una parte, una muy relevante, pero solo una. En ese momento comienza a disminuir su importancia.
Siempre que algo se resta otra se suma. En el caso del lenguaje hasta podría decir que se enriquece, se desacostumbra pero no se olvida. Uno reemplaza palabras con otras -correctas o incorrectas según la real academia española- que sirven para comunicarse.
Perder por completo mi lenguaje de origen no implicará reemplazarlo por el del lugar donde me encuentre, eso realmente no pasa, significará que siempre voy a ser extranjero sin importar donde esté, que a la larga ya no seré de ningún lado. Eso está bueno.
lunes, 5 de enero de 2009
Sobrenombres.
Siempre que se forma un grupo de amigos aparecen los sobrenombres, o incluso puede ser al revés, aparecen sobrenombres y se va formando el grupo de amigos. Aclaro que por sobrenombres no me refiero a que si te llamas Francisco te van a decir Paco; Enrique, quique; etc, me refiero a sobrenombres reales, ganados, no heredados. Atados a una característica física o a una anécdota, o a un determinado comportamiento, o a un personaje con un nombre parecido, o a veces a un misterio tan grande que ni siquiera el propio bautizado sabe la verdadera razón de su apodo. Aunque sí están los clásicos, los que son casi predeterminados y que no pueden faltar en cualquier grupo de amigos, siempre va a haber un "gordo", un "cabeza", un "pelado", apodos que hoy nos parecen sosos, inmemorables y poco originales pero que en aquel pasado todos envidiamos.
A lo largo de mi vida, como casi todo el mundo, eh tenido un montón de grupos de amigos de diferentes lugares y hasta de ningún lugar, gente dispar con sus características particulares, muchos de ellos con sobrenombres. Con algunos utilizados de forma habitual, casi sin conocimiento del nombre legal y otras bautizados a sus espaldas y revelados ocasionalmente por errores o des inhibición.
Tener un sobrenombre es como tener una membresía, desde el más insultante hasta el más halagador significan lo mismo, el ser parte de algo. Serás admirado o burlado e indeseado en el grupo, pero sos parte de él.
Yo sin embargo, ni en mis épocas de tímido y apartado, ni en las de desinhibido y correspondido tuve nunca un apodo. Ni con el grupo de estudiosos, ni con el de vagos. Ni mis amigos del barrio, ni los de la escuela. Ni los callejeros, ni los familieros, nadie nunca me puso un apodo que no fuera desechable. Fui gordito, pero nunca me llamaron "gordo", o por lo menos no de forma habitual. Fui pelado, peludo, me comporté de determinadas formas, me parecí a cierto personaje -no voluntariamente-, di todo tipo de oportunidades y pretextos pero ese sobrenombre nunca llegó. La máxima expresión de confianza y pertenencia entre todos los amigos de mi vida nada más llegó a ser una simple abreviación de mi nombre, la que para peor, hastala fecha me parece extremadamente afeminada: "santi". No todos, pero la gran mayoría de los apodos que terminan en "i" suenan o infantiles o afeminados. Yo tuve la poca fortuna de que mi diminutivo no solo termina en "i" sino que es un delicado "ti", lo que le reafirma el tono homosexual. Probablemente otro acomplejo de mi infancia que no pasaré a futuras generaciones como bien aprendí de mis padres, quienes generosamente se rehusaron a llamarme Angel María, nombre que evidentemente hubiera sido bastante más angustiante. Ya sea para mascotas, hijos, plantas, tamagotchi o a lo que sea que le pueda generar un trauma futuro, eliminaré de antemano nombres como Andrés, Matías, Agustín, Daniel, Javier, Valentín y varios otros.
Sin embargo, un sobrenombre o apodo que no sea una abreviación núnca va a sonar afeminado, eh conocido "Pelusas", "Chirris", "Boquillas", "Pepinos", "Chupetes", hasta "Totas" y nadie se cuestiona si suenan "delicados" o no, la palabra pasa a tener otro sentido, ya no hace referencia a su significado real, hace referencia a una anécdota o a un cierto personaje, o a lo que sea la razón del apodo para luego, cuando ya se usó por largo tiempo, pasar automáticamente a recordar únicamente a la persona.
Y para culminar esta linea de razonamientos totalmente superfluos, lo peor de todo es que ya es tarde para mi, ya nunca voy a tener un sobrenombre real, podré tener alguno pasajero, pero no lo voy a poder portar suficiente tiempo como para sentirlo realmente mio, empezarlo a disfrutar. ¡Mierda!
A lo largo de mi vida, como casi todo el mundo, eh tenido un montón de grupos de amigos de diferentes lugares y hasta de ningún lugar, gente dispar con sus características particulares, muchos de ellos con sobrenombres. Con algunos utilizados de forma habitual, casi sin conocimiento del nombre legal y otras bautizados a sus espaldas y revelados ocasionalmente por errores o des inhibición.
Tener un sobrenombre es como tener una membresía, desde el más insultante hasta el más halagador significan lo mismo, el ser parte de algo. Serás admirado o burlado e indeseado en el grupo, pero sos parte de él.
Yo sin embargo, ni en mis épocas de tímido y apartado, ni en las de desinhibido y correspondido tuve nunca un apodo. Ni con el grupo de estudiosos, ni con el de vagos. Ni mis amigos del barrio, ni los de la escuela. Ni los callejeros, ni los familieros, nadie nunca me puso un apodo que no fuera desechable. Fui gordito, pero nunca me llamaron "gordo", o por lo menos no de forma habitual. Fui pelado, peludo, me comporté de determinadas formas, me parecí a cierto personaje -no voluntariamente-, di todo tipo de oportunidades y pretextos pero ese sobrenombre nunca llegó. La máxima expresión de confianza y pertenencia entre todos los amigos de mi vida nada más llegó a ser una simple abreviación de mi nombre, la que para peor, hastala fecha me parece extremadamente afeminada: "santi". No todos, pero la gran mayoría de los apodos que terminan en "i" suenan o infantiles o afeminados. Yo tuve la poca fortuna de que mi diminutivo no solo termina en "i" sino que es un delicado "ti", lo que le reafirma el tono homosexual. Probablemente otro acomplejo de mi infancia que no pasaré a futuras generaciones como bien aprendí de mis padres, quienes generosamente se rehusaron a llamarme Angel María, nombre que evidentemente hubiera sido bastante más angustiante. Ya sea para mascotas, hijos, plantas, tamagotchi o a lo que sea que le pueda generar un trauma futuro, eliminaré de antemano nombres como Andrés, Matías, Agustín, Daniel, Javier, Valentín y varios otros.
Sin embargo, un sobrenombre o apodo que no sea una abreviación núnca va a sonar afeminado, eh conocido "Pelusas", "Chirris", "Boquillas", "Pepinos", "Chupetes", hasta "Totas" y nadie se cuestiona si suenan "delicados" o no, la palabra pasa a tener otro sentido, ya no hace referencia a su significado real, hace referencia a una anécdota o a un cierto personaje, o a lo que sea la razón del apodo para luego, cuando ya se usó por largo tiempo, pasar automáticamente a recordar únicamente a la persona.
Y para culminar esta linea de razonamientos totalmente superfluos, lo peor de todo es que ya es tarde para mi, ya nunca voy a tener un sobrenombre real, podré tener alguno pasajero, pero no lo voy a poder portar suficiente tiempo como para sentirlo realmente mio, empezarlo a disfrutar. ¡Mierda!
Hoy tenía ganas de borrar.
Comenzando un año uno se pone a replantearse como quiere hacer las cosas, ésta no fue la excepción. Me puse a ver los post que tenía, los que me gustaban, los que me parecía que aportaban y los que no -aunque fueran interesantes, uno las puede encontrar en otro lugar-. Todos decían algo de mí, pero no se cuando este blog se transformó en "de mí" cuando la idea original fue "desde mi", entonces empecé a borrar. Me cantó el culo borrar y borré. Y cuando me cante el culo voy a escribir.
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