La principal característica que manifiesta la nacionalidad de una persona es el lenguaje. Podrá tener ojos claros y ser rubia, o tez amarillenta y ojos aplastados, pero éstas solo nos dan un indicio, una pequeña pista. Sin embargo, el lenguaje es ampliamente más especifico si realmente sabemos leerlo.
Lo que pasa cuando ya no vivís en tu país de nacimiento por un largo período es que empezás a variar tu forma de hablar. Comenzás a perder tu identidad vocal, progresivamente te vas desprendiendo más de tu origen, como si una parte de ti se fuera borrando de a poco. Al principio es preocupante y suele generar cierta resistencia que a la larga es inútil, ya que el lenguaje tiene una sola función: comunicarse, para lo cual es más que fundamental que los demás te entiendan. Esta resistencia es probablemente fomentada por el hecho de no estar preparado para abandonar tu origen, es muy dificil dejar de ser parte de algo que -más allá de que te guste o no- fuiste toda tu vida.
Con el tiempo te das cuenta que no solo perdiste el habla, sino que de a poco también perdés costumbres y desconocés cosas que antes eran cotidianas; la tierra natal ya no se siente tan propia. Te das cuenta que la forma de hablar es solo una parte, una muy relevante, pero solo una. En ese momento comienza a disminuir su importancia.
Siempre que algo se resta otra se suma. En el caso del lenguaje hasta podría decir que se enriquece, se desacostumbra pero no se olvida. Uno reemplaza palabras con otras -correctas o incorrectas según la real academia española- que sirven para comunicarse.
Perder por completo mi lenguaje de origen no implicará reemplazarlo por el del lugar donde me encuentre, eso realmente no pasa, significará que siempre voy a ser extranjero sin importar donde esté, que a la larga ya no seré de ningún lado. Eso está bueno.
No necesitamos tantas razones para hacer o decir lo que tenemos ganas.
viernes, 23 de enero de 2009
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1 comentario:
y al final te das cuenta que no sos de ningún lado,
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